EL ACORDEÓN

La vida me ha enseñado que, en general, la gente es muy paciente. Todos aguantamos al carota que se nos cuela mientras esperamos para sacar entradas en el cine y no lanzamos una sonora pitada al “lishto”que nos hace un exterior a la salida de la autovía. Yo mismo todavía no me he decidido a decapitar al impertinente espectador que se sienta delante de mi butaca, en la temporada de conciertos del Auditorio de mi ciudad, y que, con su enorme cabezón que no para de mover, me impide que vea el escenario en su totalidad.



Pero si se le molesta en su descanso nocturno, noche tras noche, o se le imponen madrugones innecesarios en los días de descanso o en las vacaciones, o no se le deja echar la siesta todos los fines de semana del año, y las horas de sueño empiezan a disminuir, la gente no es tan paciente. La vecina perfecta, que pone a centrifugar la lavadora el domingo a las ocho de la mañana; las obras de reparación de las tuberías del agua una madrugada debajo de la ventana de un pobre trabajador que se levanta a las cinco pueden lograr que un manso corderito se transforme en una fiera vengativa, de ojos inyectados en sangre y facultades de raciocinio mermadas.


Los vecinos del edificio de la fotografía han aguantado mucho. Todavía no se han convertido en fieras vengativas, porque han sido capaces de organizarse como la "Plataforma de vecinos cabreados" y poner un cartel en el portal. Pero está claro que han llegado al límite de sus posibilidades y de su capacidad de aguante.

Este cartel es un ejemplo de cabreo concentrado, pero también reflexivo y meditado: los vecinos se han molestado en redactar un texto, elegir una foto de un acordeonista y de un saxofón, las dos amenazas que minan su salud y que les impiden el descanso; han utilizado un ordenador y lo han imprimido en una impresora de color.

Pobres vecinos, tantas molestias, tanto aguante, tanto trabajo, pero no se han dado cuenta de que su cartel es ineficaz y que lo único que provoca es la hilaridad del que lo lee; imaginen lo que se deben de estar riendo los músicos ambulantes. Por mucho que intenten dar un carácter amenazador al cartel, con señales de tráfico y prohibiciones, para su desgracia, ellos no pueden prohibir con un cartel que sus torturadores continúen con su cantilena.

También hay que ver el carácter hiperbólico del cartel. ¿Qué tipo de músicos son estos, capaces de tocar sin parar las 24 horas del día? ¿Habrán establecido turnos el acordeonista y el saxofonista? ¿Es una red de músicos non-stop? ¿No descansan los días festivos? ¿Ni siquiera el Primero de mayo? ¿Cómo se organizan durante las vacaciones? ¿Qué tipo de ropa llevan en el verano? ¿No se les quedan los dedos helados en las noches del invierno? Creo que es necesaria una nueva visita al lugar de los hechos para conocerlos mejor.
Pero, lo más curioso y lo más importante: al final, el mensaje del cartel parece ser que la verdadera molestia para ellos son "las mismas melodías tediosas." Está claro que si a su ventana fuera a rondar la Filarmónica de Viena e interpretara una selección de valses de Strauss, las sinfonías de Mozart y toda la colección de "Clásicos Populares", estarían encantados.

Mi recomendación: señor acordeonista, señor saxofonista: renueven su repertorio. Los vecinos de este inmueble se lo agradecerán. Sólo así podrán dormir y descansar y sus hijos podrán convertirse en hombres de provecho, porque podrán terminar sus estudios.
De todas formas, ¿no han pensado los vecinos en las posibilidades de disponer de un hilo musical gratis durante todo el año? ¿O de proponer que su edificio sea considerado "De interés turístico"?

Ahora que caigo: cuando saqué la foto, un caluroso mediodía de esta semana, no escuché ninguna música, ni vi a ningún músico merodeando en los alrededores. Probablemente, estarían en la hora de comida y no había acudido ningún relevo.

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