EL MÁGICO INFLUJO DE LA LUNA

FRÍVOLO. Dicen mis amigos que mi cuaderno de bitácora es frívolo, que critico a las mujeres, que me río de los defectos de los demás.

CRÍTICO. No me considero una persona especialmente crítica. Observador, sí, creo que lo soy bastante. Me gusta observar, sentarme en un bar y mirar a los parroquianos sin que se den cuenta. Ver cómo se comportan, cómo visten, cómo se comunican con los otros. Escuchar lo que hablan, observar sus reacciones.

MISÓGINO. Me han dicho que soy misógino. Creo que se equivocan: amo a las mujeres, las admiro en grado sumo, las respeto y las venero. Pero nadie me va a hacer decir que todas son maravillosas. Las habrá admirables y las habrá detestables, como los hombres. No creo en la lucha de sexos, ni en la diferencia de sexos ni en que una persona tenga que seguir un patrón de conducta establecido por haber nacido hombre o mujer. No me educaron en la diferencia, sino en la igualdad. Me enseñaron que todos teníamos las mismas oportunidades, que debemos trabajar por igual y que hay que luchar por lo que uno quiere.

Muchas mujeres, compañeras del trabajo y amigas, me han dicho que soy misógino porque he criticado el anuncio de Rexona, en el que una súper mujer, que me recuerda a la protagonista de la serie Embrujada (incluso la música me la recuerda), pasa su jornada haciendo heroicidades: detiene con la fuerza de sus brazos el autocar escolar para darles a los niños la tartera con la comida que habían olvidado; con sus súper poderes, hace que el bote de desodorante Rexona vaya desde el baño hasta el dormitorio, atravesando los tabiques; trabaja como una máquina en su despacho y al final del día, para coger el metro de vuelta a casa, taladra elpavimento como una black & decker humana, en plan Superman, que está tan de moda otra vez (Creo que ya dije en algún otro lugar que los ochenta han vuelto). No se trata de una jovencita, sino de una mujer de unos cuarenta. Una ejecutiva, rubia, con traje clásico y moño un poco old fashioned. Y aunque el anuncio pretende ser divertido, mi impresión es que la protagonista no disfruta. Lo hace todo a una súper velocidad tal que más bien parece un robot que una mujer real.

En ningún caso creo que sea un halago presentarnos a mujeres como ella.

Mis amigas, que viven su vida tan atareadas como la del anuncio, dicen que no les parece mal y que ya era hora de que alguien las mostrara como las súper mujeres que son, cuando el peso de sus familias lo llevan ellas y ninguna ha renunciado a su carrera por ello.

A mí me parece que las ridiculiza.

Si uno se fija, en los anuncios no suele aparecer un hombre que se ocupe de tareas domésticas. Cuando aparece, no es por su voluntad: su mujer le ha encargado la compra, o tiene que fregar o dar de comer al bebé porque el ama de casa no está; y si les toca, se lo toman como un juego, algo lúdico, que no es su quehacer diario y que les permite hacerse unas risas. Las principales ocupaciones de los hombres, según los publicitarios, son: invertir bien su dinero, divertirse con los amigos, beber, ligar, hacer o ver deporte y conducir coches veloces. Como si esas cosas les estuvieran vedadas a las mujeres. En la publicidad, son ellas las que se ocupan de las labores del hogar y se da por hecho que es algo natural a su sexo. Ya sé que en la vida real ellas se ocupan de las labores del hogar, pero no deberíamos permitir que se perpetúe este rol y me parece que rodarlo en un spot es reafirmar un estado de cosas que no es el correcto.

Muchos de mis amigos se resignaron hace tiempo a no ocuparse de las tareas de la casa, porque se dieron cuenta de que no servía de nada intentarlo: todo lo hacen ellas, las súper mujeres; esta situación se agrava a partir del primer hijo. Tampoco es que ellos estuvieran muy dispuestos a ayudar, pero ni siquiera tienen la oportunidad: por definición, según sus mujeres, nunca hacen nada bien y además están ellas para encargarse de todo. Quizá si nos viéramos haciendo tareas domésticas en la publicidad, los hombres no nos sentiríamos tan inferiores frente a ellas. Porque la publicidad nos dice que la única forma posible de llevar una casa es la femenina y ante eso no hay quien luche. Nunca podremos ni sabremos hacerlo mejor.

Hace unos días hablé con mi amiga Lola, quien me dijo que había reñido otra vez con su marido; y lo peor es que él la recriminó diciendo que le ha hecho un desgraciado. En un absurdo ataque corporativista masculino, me quedé un rato abstraído pensando: "De la que me he librado", pero fui capaz de recomponerme lo suficiente para sustituir el pensamiento por un: "Pobrecita, conmigo habría sido más feliz, yo jamás le habría dicho ese tipo de cosas y además su marido es un imbécil." No sé cuál de los dos pensamientos tiene más peso en mí, supongo que los dos, que por una parte pienso que lo mejor que hice en mi vida fue terminar con ella y por otro que yo habría sido mejor marido que su actual. No creo que sean pensamientos contradictorios, sino complementarios. Sobre todo ahora que yo no tengo pareja, ni visos de tenerla, y a veces pienso que hice mal en dejarla; eso del pájaro en la mano.

Anoche me acosté enrabietado, enojado con el mundo, conmigo mismo y con todo lo que andaba a mi alrededor. No sé por qué, si desde ayer estoy oficialmente de vacaciones y mi mejor y mayor vacación es evitar el contacto con la gente. Nadie sabe dónde me encuentro, he desatendido deliberadamente el teléfono y he salido de casa lo mínimamente necesario. ¿Misógino? Yo lo que soy es un Misántropo, así, con mayúscula.

No puedes luchar contra el mágico influjo de la luna.

Dicen que los lunáticos salen con la luna llena, pero hoy es cuarto menguante y yo me siento más lunático que el que más. No sé por qué siempre acabo escribiendo cuando es cuarto menguante. Se me deben de disparar las hormonas, aunque nunca pensé que los ciclos lunares me pudieran afectar como a las mujeres.

Creo que me merezco estas vacaciones. Un retiro monacal, en el que no vea a nadie, ni nadie me vea a mí. Aunque los monjes no piensan en el sexo y yo es en lo único en que pienso todos los días.

Será la luna.

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