Uno de estos días de perezosas vacaciones de Semana Santa, en los que me atrevo a privar al mundo de mi presencia, mi calma se ve turbada por el sonido de “Everyday I love you less and less”, de los Kaiser Chiefs . Manuel, parece que apoltronado en casa como yo, gruñe al otro extremo del teléfono móvil algo así como que si salimos o algo. “Al cine”, digo yo, convencido de que me va a decir que no, porque Manuel no es especialmente aficionado. “Lo que sea, con tal de darme una vuelta; pero elijo yo la peli, que quiero pasar un buen rato.” Aunque esa frase no augura nada bueno, le dejo elegir. Hace un siglo que no voy al cine. La última vez, fui a ver “La naranja mecánica”, de Kubrick. Para acallar las risas malévolas, aclararé que no fue en el estreno en España de 1975, sino en la reposición de hace unos meses en su versión remasterizada. Cada vez que voy al cine se repite el maravilloso ritual que convierte ver una película en algo tan especial para mí: se apagan las luces, la gente