EL ACORDEÓN
La vida me ha enseñado que, en general, la gente es muy paciente. Todos aguantamos al carota que se nos cuela mientras esperamos para sacar entradas en el cine y no lanzamos una sonora pitada al “lishto”que nos hace un exterior a la salida de la autovía. Yo mismo todavía no me he decidido a decapitar al impertinente espectador que se sienta delante de mi butaca, en la temporada de conciertos del Auditorio de mi ciudad, y que, con su enorme cabezón que no para de mover, me impide que vea el escenario en su totalidad. Pero si se le molesta en su descanso nocturno, noche tras noche, o se le imponen madrugones innecesarios en los días de descanso o en las vacaciones, o no se le deja echar la siesta todos los fines de semana del año, y las horas de sueño empiezan a disminuir, la gente no es tan paciente. La vecina perfecta, que pone a centrifugar la lavadora el domingo a las ocho de la mañana; las obras de reparación de las tuberías del agua una madrugada debajo de la ventana de un po