CARTELES

¡Cómo me gustan los carteles! Hay miles de carteles desparramados por todas la ciudades, en las esquinas, en las puertas, en las tiendas, y mi curiosidad se encuentra con ellos, si no los va buscando. No me interesan los grandes carteles, sino los pequeños afiches, mal pegados, en sitios disparatados, a veces escritos a mano de forma burda, otros creados con ordenador, en un acto (¿rapto?) de creatividad, con dibujos de “PowerPoint”; algunos con faltas de ortografía o tan breves que ni siquiera éstas caben.

Uno de mis favoritos y que prolifera en muchos establecimientos y edificios públicos es “Entrada por la otra puerta”. Es un reflejo de la inutilidad de una puerta, del mal diseño de un arquitecto, de la frustración del dueño de un local. Un edificio nuevo, un centro de salud céntrico, al que acude un gran número de personas. La puerta principal no está, como pudiera suponerse, en la calle ancha, principal y con más tránsito, sino en una perpendicular, una calle adyacente, escondida e insignificante, que casi nadie conoce; con el nombre de un político de segunda fila o de un actor que todos olvidaron. Todo el mundo se empeña en entrar por las puertas laterales, las que dan a la calle principal y que no permiten el acceso; todos tiran de ellas y empujan, pero no se abren. Alguna se ha acabado rompiendo. El director del centro le dice al bedel, que haga un cartel que diga “Entrada por la calle Magdalena Iriarte”. Algunas veces incluyen hasta una flecha que señala la dirección correcta. Puede que a alguien se le cuele alguna falta de ortografía.

Otro, en una céntrica calle de una gran ciudad, muy elaborado: una señal de madera con pie, con letras adhesivas de Letraset tamaño extra grande, que el portero saca del portal todas las mañanas religiosamente: “Los juzgados en el número 42”. Aún con el cartel hay algún despistado que entra en su cabina y le pregunta por los juzgados. No se le ha ocurrido aún poner un maniquí que se le parezca, un robot con una grabación que repita: “número 42. Los juzgados en el número 42. Los juzgados”.

“Por la otra puerta”.
“La entrada por la otra hoja”, el cartel de un farmacéutico que ha hecho reparar la puerta más de cien veces. La hoja que luce el cartel tiene un aspecto tan atractivo, que incita a ser abierta, que de poco le sirve el aviso.
“Tiren”, “Empujen”: siempre hacemos lo contrario a lo que dicen, aunque los hayamos leído y comprendido. La mano es más rápida que la vista.
“Empuje hacia dentro”, en una pollería.

Son los carteles de una frustración. Carteles creados para objetos que han sido creados para un uso, pero que no pueden ser usados como tales. Objetos de adorno que se exponen para que la gente los use y luego alguien se dé cuenta de que no deberían haberlo hecho. Los hay más o menos sutiles. Más o menos resignados. Más o menos enfadados.

“No tengo la varilla del aceite”, en un Renault de un modelo antiguo aparcado en una calle del centro.
“No hay momentitos”, una señal en la acera, delante del vado de un garaje en una transitada calle del mejor barrio de la ciudad. Lo ideó el portero, harto de tener bloqueada la entrada del garaje de su finca.
“No se venden Metrobús”, en un quiosco de prensa.

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