A HARD RAIN'S A-GONNA FALL

La conversación de la semana pasada en los corrillos del café y alrededor de los ceniceros fue el tele-trabajo y no me pude escapar de los planes de mis compañeros sobre cómo organizarían su trabajo desde casa. Hay un convencimiento unánime de que se currarían muchas menos horas y de que cundirían más. Alguno ha calculado el tiempo ahorrado al día, la gasolina y los tiques de comida. Luego viene el tópico de la conciliación de la vida familiar y laboral, los hijos y los padres y la consabida ración de cambio climático.
A mí todo me parece estupendo, salvo lo del cambio climático, que ya no hay quien lo pare. Es una lucha particular de los países desarrollados, que somos minoría y no tenemos nada que hacer frente a los millones de habitantes, digamos, de Asia (si sólo los contamos a ellos), que desean alcanzar el grado de desarrollo que tenemos en los países occidentales. No pretendo alabar las excelencias del consumismo ni me declaro en contra del ahorro energético, todas ellas medidas oportunas y excelentes, pero es demasiado tarde.
And it's a hard rain's a-gonna fall.

Todos los que presumen de lo bien que organizarían su trabajo y su vida si tele-trabajaran no saben lo deprimente que es levantarse y ponerse a trabajar en el dormitorio, la mesita pegada a la cama, o en el salón - la mesa del comedor -, como si toda la casa fuera un mal habilitado despacho. Relacionar el lugar de trabajo con el de descanso no puede ser bueno para nadie, a no ser que se disponga de un cuartito extra que se pueda usar como despacho, y ni aún así. Y que les digan a los mileuristas que viven en cajas de zapatos de treinta y cinco metros cuadrados que se pongan a trabajar en casa. ¿Dónde?
Lo mejor de salir de trabajar por las tardes es que uno se despide de todo lo que le relaciona con el trabajo para no volver a verlo hasta el día siguiente. Es necesario hacer el corte y un ordenador acusador en el dormitorio no creo que sea la mejor manera de desconectar la mente de los asuntos laborales. ¿Y los fines de semana? El ordenador en cada rincón nos recordaría siempre el trabajo pendiente.
Hay que tener una gran fuerza de voluntad para establecer un horario racional en casa. Si no es así, las jornadas pueden hacerse eternas. Y saber cortar la jornada laboral; de otra forma, como el tiempo es ilimitado, podemos convertir tareas sencillas en condenas eternas.
Si uno no tiene que ir a trabajar, termina convirtiéndose en un holgazán que no se arregla porque no va a salir a la calle y nadie le va a ver. El aseo se relaja y el paso siguiente es pasarse el día encerrado en casa en pijama. Y en cuanto empiece a hacer mal tiempo (excesivo frío o excesivo calor), al tele-trabajador no hay quien le mueva de la cama.

All work and no joy make John a dull boy.

Lo mejor de trabajar en la oficina es que hay una hora de salida y debemos organizar nuestra jornada con respecto a ella; lo que no se haya podido hacer en ese horario, tendrá que esperar al día siguiente. Merece la pena un esfuerzo extra todo el día para poder salir a la hora.
Antes de decantarnos por el tele-trabajo, habría que fomentar el desarrollo de núcleos de población más pequeños, en los que los desplazamientos no fueran verdaderas maratones o ginkanas. En lugar de grandes oficinas centrales, donde todos los empleados trabajen apiñados, monstruos de muchos pisos (o de muchas hectáreas, que ahora se llevan más las construcciones horizontales, tipo “ciudad empresarial”, con todos los servicios para los empleados dentro de la mini-ciudad), las empresas deberían fomentar la creación de pequeñas oficinas en ciudades de tamaño medio o incluso en diversos barrios, donde se pudiera tele-trabajar (no sería necesario ya compartir oficina con gente afín a tu trabajo, sino que las agrupaciones se harían por proximidad).
No es insano tener que desplazarse al lugar de trabajo, siempre y cuando entre dentro de lo razonable: media hora caminando, quince minutos en transporte público. Lo insano es tener que hacer todos los días 40 kilómetros sólo de ida.
Además, el tele-trabajo puede terminar con el trato humano y cara a cara. ¿Con quién hablará uno cada día, con el tendero, con el portero de la finca? Mucha gente va a acabar suicidándose, como en Aterriza como puedas, por no escuchar determinadas historias de tele-trabajadores encerrados en casa, varios días sin articular palabra.
A mí, particularmente, no me vendría nada bien tele-trabajar. Lo único que le faltaba a un misántropo como yo. Me veo como el protagonista del relato ultracorto “Muerte Súbita” de mi amiga Camino Gallego: sólo, excluido y auto-excluido. Con lo poco que me gusta tratar gente y con la poca gente que trato, si dejo de hablar con los compañeros del trabajo se me van a atrofiar las cuerdas vocales.
Y, para qué lo voy a negar, me divierte acudir al trabajo: me disfrazo cada mañana, elijo cuidadosamente lo que me voy a poner, dependiendo del estado de ánimo, del pronóstico del tiempo, de la canción que suene en mi cabeza, de lo que tenga limpio y planchado. Me pongo la mejor de mis sonrisas, una que tengo ensayadísima y que me ha dado muy buenos resultados. Cojo el transporte público y observo a la gente que viene y que va, cómo se comportan; si no, de dónde iba yo a sacar material para escribir en este blog.
Recuerdo que de pequeño nunca me dio pereza ni odié ir al colegio. Me divertía ir. Era mucho más entretenido que tener que pasar las horas con mi familia.
Si cojo un taxi, finjo ser otra persona, más interesante; los taxistas creen que soy una persona importante: un alto directivo, un empresario; me cuentan sus historias y me preguntan mi opinión.
Cuando llego a la oficina, me embarco en la apasionante experiencia de hablar con todos. Es divertido relacionarse con los demás en el trabajo: los cafés, las tertulias, quedar a comer con unos y con otros, comentar las mejores jugadas del partido del día anterior, o presumir, ufano, de que no viste el partido por la televisión porque tenías una cita o porque fuiste al cine o porque preferiste leer esa novela que te tiene enganchado. Si nos quitan esto, se convertirá en un tedio insoportable.
Mi amigo Julio me habla de “Second life”, le escucho, atento y me fascina ese mundo, pero pienso que a mí nunca me hará falta vivir una segunda vida: yo vivo una vida inventada todos los días cuando voy a trabajar. Seguro que en “Second Life” no habría cogido la gripe que me ha tenido apartado del mundo real durante casi dos semanas. Claro que estar fuera del mercado durante tanto tiempo me ha librado de las celebraciones del Día del Single y del Día de los enamorados.

Oh, what'll you do now, my blue-eyed son?
Oh, what'll you do now, my darling young one?
I'm a-goin' back out 'fore the rain starts a-fallin',
I'll walk to the depths of the deepest black forest,
Where the people are many and their hands are all empty,
Where the pellets of poison are flooding their waters,
Where the home in the valley meets the damp dirty prison,
Where the executioner's face is always well hidden,
Where hunger is ugly, where souls are forgotten,
Where black is the color, where none is the number,
And I'll tell it and think it and speak it and breathe it,
And reflect it from the mountain so all souls can see it,
Then I'll stand on the ocean until I start sinkin',
But I'll know my song well before I start singin',
And it's a hard, it's a hard, it's a hard, it's a hard,
It's a hard rain's a-gonna fall.

Creo que Dylan es demasiado profundo para mí, así que mejor vuelvo a mis liviandades, me lleno de frivolidad y sigo apuntando todo lo que leo, todo lo que veo, todo lo que escucho y todo lo que oigo, y algunas de las cosas que pienso en mi Moleskine, que me sigue fiel en todas mis andanzas.
No paro de releer a fondo (y de tomar notas en mi Moleskine, como me enseñó Elvira Lindo) el libro Vivir mejor con menos, y ahora no sé qué comprar con una tarjeta-regalo de un gran almacén, por 65 euros, que he recibido por mi cumpleaños, porque no quiero pecar de consumista. Tengo de todo y no me apetece meterme en la vorágine de las rebajas que ya están a punto de terminar. Sin embargo, creo que voy a darme un capricho, muy ochentero y muy "fashion": unas zapatillas converse negras. No os perdáis la página de Converse, que es fantástica: si le metes caña, te dice “Easy does it, maverick. We’re still processing your last request.” Y te recomienda tararear “La chica de Ipanema” mientras hace una búsqueda.

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