COLD TURKEY

Año nuevo. Me las he ido arreglando bastante bien para pasar los últimos fines de año sin que se conviertan en algo muy doloroso, aburrido, solitario o depresivo. Esta vez he escapado de la gran ciudad y me he plantificado en casa de mi hermana Inma y su familia, que se han esmerado en sacarme por ahí al campo, a comer fuera y a hacer actividades culturales, de esas de las que mi espíritu anda falto en los tiempos que corren.

Como de costumbre, he enviado las felicitaciones por correo postal (ahora hay que especificarlo, con tanto “emilio” que anda suelto) a mis allegados, treinta en total. En la era del ordenador y de las telecomunicaciones a velocidad vertiginosa, a mí me siguen gustando las cosas que se hacen despacio y que requieren tiempo y me resulta gratificante elegir las tarjetas, escribirlas, rellenar las direcciones, comprar los sellos, echarlas al buzón y esperar que lleguen. Escribir a mano me devuelve la humanidad, me obliga a esmerarme en la caligrafía y a pensar en textos particulares para cada destinatario. Para muchos de mis amigos, recibir mi tarjeta es todo un acontecimiento, una tradición que esperan con ansiedad y alegría y a mí me llena de alegría saberlo. Intento siempre que puedo que vayan dirigidas a los hijos de mis familiares y amigos, lo que hace a los niños sentirse mayores e importantes.

Yo nunca felicito la Navidad, porque no soy creyente, sólo el año nuevo, aunque para mí el inicio del año de verdad sea el día de mi cumpleaños, en febrero, la única efemérides que me interesa y que me divierte festejar. No tengo la sensación de que pase nada en especial la noche del 31 de diciembre, salvo que tomamos doce uvas al son de las campanadas, uvas que cada vez me cuesta más digerir, no sé si es que cada año tienen más ollejos.

Tantas promesas de no dejarme influenciar por la navidad y al final acabo enviando también correos electrónicos a todos mis conocidos y, para colmo, la noche del 31, sucumbo a los mensajes del móvil. Lo que me ocurre es que en el fondo soy un sentimental camuflado de calculador, que se resiste, aunque sí debe de creer de alguna manera en la magia de la navidad. Como me gusta dármelas de racional, me digo a mí mismo que sólo felicito por seguir las convenciones sociales; lo que quiero es que no me olviden y sentir que tengo mucha gente a la que le importo.

Mi móvil sonó incesante durante toda la tarde y noche del 31 y la madrugada y la mañana del 1. A los ojos de los demás parecía que soy un hombre muy querido; lo que nadie sabía es que la mayoría eran educadas respuestas a los mensajes que previamente había enviado yo.

En navidad termino de convencerme de que es mejor que la gente no conozca muchos detalles de la vida de uno. Cuanto menos saben, menos preguntan y menos lástima les inspiran las vidas de los demás y menos pueden juzgarnos. Hace años que opté por no contar a nadie que paso la nochebuena solo en casa, porque nadie es capaz de entender que cualquier otra posibilidad es un trastorno para mí y para mi familia y sólo ven el lado sentimental y novelero de un Ebenezer Scrooge solitario y apesadumbrado al que nadie quiere por sus malas acciones.

Ni he querido contar a nadie que este año mis padres han pasado solos la nochevieja y el año nuevo, para evitar que se piense que mis hermanas y yo somos una pandilla de seres desnaturalizados, lo cual puede ser verdad, pero no creo que sea de la incumbencia de nadie. La realidad es que estaban invitados a casa de mi hermana Marisol, pero rehusaron, porque no les apetece hacer excesos con la comida, ni pasar frío, ni trasnochar y prefirieron cenar algo ligero, tomaron las consabidas uvas y se acostaron pronto, que es lo que realmente querían hacer. Además se libraron de la enésima gala de nochevieja de su vida (coñazo, como las anteriores), con grupos y cantantes y humoristas que ni entienden ni les hacen gracia. A las personas de su edad no les interesa nada de lo que ponen por televisión en nochevieja, una vez que han visto en acción a Luis Aguilé, Fernando Esteso, la Jurado, Gila, Georgie Dann, Tip y Coll, El Fary o Martes y Trece.

Tampoco me los imagino de viaje, en tren, en pleno invierno; seguramente se morirían por el camino, pero muchos se preguntarán por qué no me los he llevado conmigo. Si se pensara más y se hablara menos, se dirían menos tonterías, pero a la gente le gusta opinar de todo, siempre que no sea de su propia vida y de sus propias costumbres.

La realidad es que, incluso aquí, en el cuaderno de bitácora, que es casi anónimo, estoy intentando justificarme, cuando no debería.

En esta época de amor, paz y comprensión como son las navidades todo el mundo intenta fingir sentimientos que no son de verdad, cuando mucha gente que está sola pagaría por recibir las mismas atenciones los 350 días del año restantes, en lugar de esta concentración de falso cariño que surge de manera espontánea y extemporánea en quince días que se esfuman como el dinero gastado en tontos y fútiles regalos de reyes comprados precipitadamente.

Lo peor es que nos vemos obligados a hacer cosas que no queremos hacer y al que se desmarca de lo "normal" se le envía al ostracismo. Las navidades acaban convirtiéndose en una sucesión de obligaciones. Si no se acata el plan establecido, uno termina por sentirse fatal.

Hoy he hablado por teléfono con mi hermana Almudena y me ha preguntado si había comprado algún regalo de reyes, a lo que yo le he contestado que no he comprado ninguno, que no pienso comprar ninguno, que no tengo tiempo para comprar ninguno y que además no tengo dinero para comprar ninguno y me he quedado tan ancho.

Ahora me siento muy mal, porque probablemente toda mi familia estaba esperando que me encargara de los regalos de reyes, lo que no he hecho. Ni siquiera me he ofrecido a hacerlo. Tampoco nadie me ha preguntado ni ha confirmado que este año hubiera regalos. Quedan tres días que no pienso emplear en hacer unas compras para las que no he sido programado con suficiente antelación. Eso es lo malo de ser el “personal shopper” de la familia y de los amigos, que todos piensan que voy a resolver este tipo de situaciones en el último momento.

Para el último momento me dejé también los mensajes y después de las campanadas resultó del todo imposible enviar ninguno. Hoy me he enterado de que se enviaron más de once millones de mensajes entre el 31 y el 1. Me parecen pocos, ya que, sólo yo, he debido de recibir más de ciento cincuenta, de toda clase y condición.

Uno me predecía mi horóscopo para el 2007: "los astros te sonríen en el trabajo y en la amistad; pero en el sexo: los astros se descojonan". El que me lo ha enviado parece conocerme bien.
En otro me dicen que los amigos son como las estrellas: “no siempre los ves, pero siempre están ahí”. Este no sé muy bien cómo tomármelo: si mi amigo se queja de que no me ve o se excusa de que no se deja ver lo suficiente.

Algunos se ponían trascendentes: “Cierra los ojos e imagina los momentos más felices de tu vida. Eso es lo que os deseamos para el 2007”. No sé si me gustaría revivir los momentos más felices de mi vida; casi preferiría que la vida me sorprendiera con otros diferentes.

Luego están los que van de originales: “Hoy te he ingresado 365 días de buena suerte, alegría y felicidad en tu cuenta número 2007”. El remitente se debe de creer o dios o un hada o algo por el estilo. Como me ha llegado repetido varias veces y desde diferentes remitentes, debe de tratarse de alguna secta de banqueros benefactores deseosos de sembrar el bien, pero no son muy originales, cuando se han ido copiando unos a otros.

Al final, todos caemos en el rollo de la navidad, pero hay veces que le dan ganas a uno de mandarlo todo a freír espárragos y salir huyendo.

Oh I'll be a good boy
Please make me well
I promise you anything
Get me out of this hell

Seguiré comiendo los restos de pavo frío de la comida de año nuevo.

¡Feliz año!

P.S. Un saludo muy especial y muy cariñoso a Veoveo, Tinoarg y Querubín. No sé si sois los únicos que me leéis, pero sí los únicos a los que os deben de parecer interesantes mis escritos, puesto que os habéis manifestado. Vuestra sola presencia me hace sentir que sí que merece la pena que siga escribiendo. Espero que sigáis conmigo en el 2007.

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